EL LEÓN Y LA CIGÜEÑA
Un fiero y arrogante león estaba, en cierta ocasión, devorando una deliciosa presa que acababa de cazar.
Tenía tanta hambre que sin darse cuenta metió demasiada carne en la boca y se atragantó con un hueso. Empezó a saltar, a dar vueltas, a toser… Era imposible: el hueso estaba encajado en su garganta y no podía quitárselo de ninguna manera. Incluso probó a meter su propia zarpa dentro de la boca, pero sólo consiguió hacerse heridas con las uñas y se le irritó el paladar.
¡Estaba agobiadísimo! Casi no podía tragar y el dolor era insoportable ¿Qué podía hacer…?
Una cigüeña blanca como el algodón le miraba desde lo alto de un árbol. Viendo que el león estaba desesperado, se interesó por él.
– ¿Qué te pasa, león? ¡No haces más que quejarte!
– Lo estoy pasando muy mal. Tengo un hueso clavado en la garganta y casi no puedo respirar ¡No sé cómo sacármelo!
– Yo podría librarte de ese hueso que te causa tanta angustia porque tengo un pico muy largo, pero hay un problema y es que… ¡Tengo miedo de que me comas!
El león, esperanzado, comenzó a suplicar a la cigüeña. ¡Incluso se puso de rodillas, algo inusual en el orgulloso rey de la selva!
– ¡Te ruego que me ayudes! ¡Prometo no hacerte daño! Soy un animal salvaje y temido por todos, pero siempre cumplo lo que digo. ¡Palabra de rey!
La cigüeña no podía ocultar su nerviosismo. ¿Sería seguro fiarse del león…? No lo tenía nada claro y se quedó pensativa decidiendo qué hacer. El felino, mientras, gemía y lloraba como un bebé. La cigüeña, que tenía buen corazón, al final cedió.
– ¡Está bien! Confiaré en ti. Túmbate boca arriba y abre la boca todo lo que puedas.
El león se acostó mirando al cielo y la cigüeña colocó un palo sujetando sus enormes mandíbulas para que no pudiese cerrarlas.
– Y ahora, no te muevas. Esta operación es muy delicada y, si no sale bien, puede ser peor el remedio que la enfermedad.
Obedeciendo la orden, el león se quedó muy quieto y el ave metió el pico largo y fino en su garganta. Le costó un rato pero, afortunadamente, consiguió localizar el hueso y lo extrajo con mucha maña. Después, retiró el palo que mantenía la boca abierta y a toda velocidad, por si acaso, voló lejos a refugiarse en su nido.
Pasados unos días, la cigüeña volvió a los dominios del león y le encontró muy concentrado devorando otro gran pedazo de carne. Se posó cuidadosamente sobre una rama alta y llamó la atención del león.
– Hola, amigo… ¿Qué tal te encuentras?
– Como ves, estoy perfectamente recuperado.
– Te diré una cosa… El otro día ni siquiera me diste las gracias por el favor que te hice. No es por nada, pero creo que además de tu reconocimiento, me merezco un premio. ¿No te parece?
– ¿Un premio? ¡Deberías estar contenta porque te perdoné la vida! ¡Eso sí que es un buen premio para ti!
El león, después de soltar estas palabras con un tono bastante descortés, siguió a lo suyo, ignorando a la noble cigüeña que le había salvado la vida. El ave, como es lógico, se enfadó muchísimo por el desprecio con que el león pagaba su desinteresada ayuda.
– ¿Ah, sí? ¿Eso crees? Eres un desagradecido y el tiempo me dará la razón. Quizá algún día, quién sabe cuándo, vuelva a sucederte lo mismo y te aseguro que no vendré a ayudarte. Entonces valorarás todo lo que hice por ti. ¡Recuerda lo que te digo, león ingrato!
Y sin decir nada más, la cigüeña se alejó para siempre, dejando atrás al león, que ni siquiera la miró, interesado únicamente en saciar su apetito.
Seguro que os habéis dado cuenta de lo que este antiguo cuento nos quiere enseñar ¿verdad? En la vida, hay que ser agradecidos con quien nos hace un favor o nos ayuda cuando lo necesitamos.
Si no lo hacemos, no sólo estaremos ofendiendo a esa persona, sino que nos arriesgaremos a perder su amistad.
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